*Por María
Florencia Actis, Observatorio de Medios con Perspectiva de Género, FPyCS, UNLP
En la tarde del sábado, se desarrolló
en la ciudad de Buenos Aires una nueva edición de la Marcha del Orgullo Gay
Lésbico Bisexual y Trans, concentrando alrededor de 100 mil personas en Plaza de Mayo, que hacia la noche se movilizaron hasta plaza de Los Dos Congresos.
Se produjo a 21 años de la realización
de la primera Marcha el 2 de julio
de 1992, encabezada por Carlos Jáuregui y César Cigliutti,
-actual titular de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA).
El evento no sólo consistió en
la marcha, sino también se exhibió la llamada Feria del Orgullo, en general con productos alusivos
a la lucha LGTBI y feminista, y se contó con la presencia de diversos artistas
como Lía Crucet, Kumbia Queers, Leo García, Celeste Carballo, entre otros/as. Participaron
múltiples organizaciones sociales y colectivas LGTBI, además de partidos de
izquierda, gremios y organismos estatales como el INADI, articulando luchas
mediante la promulgación de diferentes consignas. Entre ellas, prevaleció la modificación
de la ley Antidiscriminación, la derogación de los Códigos Contravencionales, la declaración de la violencia de género y el
aborto legal como problemáticas de emergencia
en las agendas públicas, el repudio al negocio de la trata de personas,
a los crímenes de odio cometidos contra personas LGTBI, al racismo y la
xenofobia.
Además de la consigna matriz
formal “Educación en la diversidad para crecer en igualdad”, otra de importancia vertebral que erigió
varios de los reclamos mencionados en el párrafo anterior, fue “Somos iguales y
diferentes”, promovida por el INADI, por ser el título de una guía que
confeccionaron para trabajar en las escuelas primarias las identidades de
género y las sexualidades.
La premisa recupera y sintetiza, de algún modo, una vieja tensión al
interior de la militancia LGTBI que divagó entre la visibilidad de las diferencias
y el pedido de ensanchamiento de la normatividad/normalidad para la inclusión; proponiendo la plena
convivencia entre la igualdad de derechos y el reconocimiento de las identidades
disidentes.
Lo que se palpito el sábado 10 de
noviembre desde las 15 y hasta pasada la medianoche en el epicentro porteño fue
la vuelta de aquel escénico escándalo de
liberación, de desterritorialización
de las costumbres, la metáfora de la fiesta
del apogeo,del interminable festejo de la emergencia a la
luz del día que retrata Néstor
Perlongher en su ensayo La
Desaparición de la Homosexualidad. Piel,
máscaras, purpurinas, lentejuelas, plumas, colores, disfraces no sólo fue parte
de la propuesta estética de la movilización, sino contenido político en sí. El
despliegue ornamental transitando las avenidas metropolitanas constituyó una
demostración de existencia y resistencia de la diáspora de identidades posibles
y deseantes, que para nada se van
diluyendo en la vida social, sin llamar más la atención de nadie, o casi nadie.
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