sábado, 3 de noviembre de 2012

La Justicia salteña justificó un doble abuso infantil


*Por Actis, María Florencia - Observatorio de Medios con Perspectiva de Género (FPyCS, UNLP)
                “Se ubica más bien en un lugar de mujer que de niña, mostrando un cuerpo desarrollado que puede ser objeto de deseo”, tipifica el documento expedido por el Cuerpo de Investigaciones Fiscales (CIF) de la Provincia de Salta a una niña de nueve años, que junto a otra de once, sufrió un abuso sexual el 13 de octubre de 2011 por parte de un chófer de micros. El informe no sólo hace referencia a las características físicas sino también conductuales de la víctima: "se muestra extrovertida, desenvuelta y relata los hechos sin mostrar signos de angustia ni sentimientos de culpa".
                Además, interpreta que el hombre siempre se dirigió con palabras cálidas hacia las dos niñas abusadas tales como “mi vida”, “mi corazón” y advierte que “claramente (el acusado) tiene buen concepto por parte de la mayoría de los testigos".  La desconfianza sobre la palabra de la mujer denunciante y la valoración de la fisonomía de la víctima como factor de influencia en la evaluación judicial, es reflejo de una subjetividad patriarcal, situación preocupante en el seno de una institución legitimada para definir qué es “lo justo” y que tiene potestad sobre el destino de las personas.
                Catharine MacKinnon otorga al Estado condición masculina en el sentido feminista del término porque concibe las relaciones y pactos entre varones fundacionales de la estructura de dominio moderna. Como meta institución reguladora, se erige sobre una bio-lógica, es decir, fundamenta un sistema de roles sociales en torno a las identidades masculinas y femeninas a partir del “dato sexual”, para consolidar el poder masculino en los distintos planos de la vida pública. La mujer fue construida como “la otredad” en relación a un “nosotros” (sociedad masculina) y reducida a su rol instrumental de capitalizar seres humanos.  Se constituyó como “la mitad subordinada”; milenariamente asociada a la noche, la tierra impura, a ése “afuera”  más allegado al estado de naturaleza que al carácter civilizatorio del núcleo social, a los poderes ocultos, a la fuerza ingobernable capaz de provocar el ordenamiento masculino vigente y sus instituciones como la familia nuclear. Esta serie de relatos y argumentaciones históricas, que sirvieron para acorsetar a la mujer en la categoría de “alteridad”, siguen operando en las esferas de las distintas instituciones estatales y en el discurso de la sociedad civil.
                Las categorías estigmatizantes se traducen en prácticas discriminatorias. La Justicia Salteña, recientemente puso en evidencia  la actualidad de estos discursos de misoginia material y simbólica, desplegando un manto de sospecha sobre el consentimiento de la víctima cuando se trata de acosos por medios sexuales perpetrados contra una mujer. MacKinnon sostiene que "la ley ve y trata a las mujeres como los hombres ven y tratan a las mujeres”; sin embargo, la cosmovisión machista de las relaciones sociales es propia de varones y mujeres. La Doctora Gabriela Buabse, Directora del CIF, del Ministerio Público de Salta y María Mercedes Posse, Investigadora asignada para la redacción del Informe citado en el primer párrafo, son quienes conciben que una niña, por tener un cuerpo exuberante, es parcialmente responsable de sufrir un abuso sexual y están lejos de comprender la situación como una manifestación más de violencia de género que nace del equivalente mujer como objeto sexual. Como todo/a sujeto/a subordinado/a presenta la potencialidad de insubordinación; la mitad subordinada puede rebelarse de su condición y devenir peligrosa, transgresora, activa, objeto de pánico moral.
                Como sostiene Sonia Sánchez, autora del libro “Ninguna mujer nace para puta”, la mujer que condena a otra “por puta” se está condenando a ella misma: “todas aquellas mujeres que se ponen en la fila de la posibilidad de inclusión, lo hacen desde una anulación y desde una condición humillante que las maquilla y las niega”.  Al reproducir el estigma de la mujer “vampiresa”, no están reconociendo los discursos inscriptos en sí mismas que las mantienen en el lugar de mitad subordinada.   
               

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