viernes, 19 de septiembre de 2014

La trama mediática del feminicidio de Melina: de la pedagogía de la crueldad a la muerte moral de la víctima

Por María Belén Rosales, Coordinadora del Observatorio de medios, Laboratorio de Comunicación y Género (Facultad de Periodismo y Comunicación Social, Universidad Nacional de La Plata)

Morbo, juventudes desbordadas, promiscuidad, drogas, rebeldía. El caso del feminicidio de Melina Romero estalló en la escena mediática rutinizando  -en las páginas de la prensa gráfica, las pantallas de los programas televisivos y las transmisiones radiales-  el sexismo automático, la peligrosidad de la juventud y  la criminalización de clase como los pilares de las matrices ideológicas que sustentan y permean los argumentos en el abordaje del asesinato de esta joven desaparecida desde la madrugada del 24 de agosto. Según las crónicas, tras festejar su cumpleaños en un boliche de San Martín y luego de dos o tres días de sometimiento sexual, fue asesinada a golpes, su cuerpo envuelto en bolsas y luego descartado, probablemente en un arroyo. 
En un breve repaso de los hechos, desde ese día agentes de gendarmería iniciaron múltiples rastrillajes para encontrar el cuerpo de Melina en tanto se sucedían las noticias sobre las declaraciones judiciales de los jóvenes que la vieron por última vez con vida. El martes 16 de septiembre se presentó a  una joven de 17 años  quien aseguró que fue parte de una fiesta sexual, donde a Melina Romero la mataron a golpes. Según la explicación de la testigo, a Melina la mataron la mañana del lunes cuando intentó irse de la casa donde estaba privada de su libertad, tras la negativa de los que allí se encontraban.  En tanto, hoy Elías Fernández, un joven de 18 años apodado "Narigón", fue detenido como el quinto sospechoso apresado en el marco de la causa que investiga la desaparición de la joven.
Mas allá de la cronología del proceso judicial, vale resaltar que hasta el momento la hipótesis que cristalizan los medios se orienta a que el feminicidio fue cometido por un grupo de varones tras la negativa de Melina a tener relaciones sexuales con el conjunto.
En tanto,   Melina como eminente “protagonista” del relato de su propio asesinato y presunta violación, pareciera cobrar vida en las narrativas mediáticas que dibujan el perfil social, psicológico, sexual, moral y la trama familiar, de quien es una víctima doblemente amordazada.
El 13 de septiembre  el diario Clarín publicó un perfil de Melina  titulado: “Una fanática de los boliches, que abandonó la secundaria”. *
Pero hubo más, las líneas siguientes  disparaban sin mesura que  “La vida de Melina Romero, de 17 años, no tiene rumbo”. El perfil es delineado con precisión, la narrativa biográfica arroja que “nunca trabajó”, “más de una vez se peleó en la casa y desapareció varios días”; “se levantaba todos los días al mediodía”; “iba a la plaza y se quedaba con amigos hasta la madrugada”; “se hizo cuatro piercings”; “le gustan las redes sociales, y tiene cinco perfiles de Facebook”; “nunca dice en qué anda”; “tiene amigos mayores”, entre otros datos retomados de fuentes de familiares directos.
Ciudadanxs y organizaciones sociales se expresaron y viralizaron al día siguiente el repudio a este modo de abordaje mediático del caso a través de las redes sociales y la Legislatura aprobó en sesión una declaración de preocupación ante el tratamiento “revictimizante”. Según expresa el proyecto de la diputada Claudia Neira (Frente para la Victoria), “se ha hecho eje en el perfil de la víctima, vulnerando su derecho a la privacidad, desatendiendo las recomendaciones establecidas por la Convención sobre los Derechos del Niño. En vez de condenar enérgicamente un crimen contra una mujer, nos perdemos en un limbo moral donde se hace foco en la víctima, no nos parece ético conocer los pormenores de la intimidad de una víctima, que además es menor de edad”, expresó la legisladora.
Más allá de estos repudios y algunas las denuncias, Melina vuelve a ser víctima de la trama que sustenta el “se lo buscó” por las dos vías de infracción a la norma sexual del patriarcado y por el binarismo del cual casi ninguna otra víctima de violencia de género pareciera poder escapar: “frígida” o “rapidita”, “santa” o “puta”, “monja” o “fiestera”. Es la estructura jerárquica de género por al cual el(los) varón(es) debe(n) reconducirse a la posición de hombre por las buenas o por las malas.
Porque como refiere la antropóloga Rita Segato la violación es un acto hecho en sociedad, comunicativo, es un acto altamente comprensible y que está en el imaginario de todos. La masculinidad es un paquete de potencias (sexual, económica, bélica, política, intelectual, moral), que deben llenarse o sustituirse unas con otras. Cuando ninguna de estas potencias legales funcionan se extrae de la función femenina ese tributo (violación) por las buenas o por las malas que reconoce al hombre por su paquete de potencias. Es necesario exhibirlas a los otros hombres para poder participar de su estatus, de su grupo de su cofradia, de su hermandad.
En cualquier sociedad ser hombre significa titularse hombre, significa el reconocimiento de los otros pares como una “hermandad imaginaria” cuyos esquemas de percepción y acción, el umbral compartido de valores morales se asientan en la estructura jerárquica patriarcal y sus pilares: sexismo, crueldad, conquista y rapiña de territorios (geográficos y cuerpos de mujeres), acceso falocéntrico para el dominio de las voluntades inferiorizadas. Todos estos, son elementos que componen el engranaje de la estructura jerárquica simbólica que disciplina cuerpos, existenciarios y saberes, e impone ese “deber ser” nomenclado por el patriarcado como conjunto de valores, normas y pràcticas que orientan los modos de distribución social del poder.
A pesar de las tranformaciones sociales y culturales, de las luchas històricas de los movimientos sociales por la conquista de derechos, de las proclamas públicas, y los avances normativos como la Ley 26.845 sobre Violencia contra las Mujeres donde se instituye a la Violencia Mediática como una de las modalidades de la misma, el ella “se la buscó”,  la intimidad de Melina expuesta con brutalidad en los escaparates mediáticos aparecen ya no solo como estrategia deshumanizante de mercado para tener la nota amarillista y la primicia para ser vendida “como pan caliente”, sino como arma fulminante de estigmatización disciplinante de ese ser considerado “No ser”.
En la cobertura mediática del feminicidio de Melina el escarnio sobre la víctima y la moralización, juegan a un juego esquizofrénico junto a la invisibilizacion porque la mirada lejos de estar dirigida a los procesos y a las relaciones de dominio, desamparo, vulnerabilidad y exclusión, que provocan las violencias (patriarcales, feminicidas, simbólicas, económicas, sexuales, institucionales, etc)  las invisibilizan para dar protagonismo a la los datos y detalles escandalosos que aseguran la venta en el mercado.
Es desde la simbolicidad de lo cultural, de la comunicación y la cultura  donde es posible activar nuevos imaginarios del cambio. Lo simbólico-cultural condensa todo lo que desborda las lógicas de ordenamiento y regulación de lo social: imágenes, fantasías, discursos, subjetividad, identidad, lenguajes.
El  tratamiento mediático del feminicidio de Melina, como de tantos otros,  ha cristalizado la crueldad del exterminio ya no de la materialidad del cuerpo, sino de la muerte simbólica y moral a la que  someten a la víctima  las lógicas de mercado y las ideologías patriarcales.
Los medios de comunicación, en sus distintos formatos y dispositivos, actúan en relación con la producción de sentido común para volverlo mapa hegemónico de la representación del mundo, por tanto, periodistas y comunicadores,  tenemos una responsabilidad insoslayable e impostergable en la revisión y transformación de la cultura de la impunidad y complicidad que rodea los crímenes mediatizados y no mediatizados así como  la desnaturalización de las violencias cotidianas. De allí la importancia de profundizar en la reflexión crítica en torno a género y la responsabilidad ética de nuestra labor tanto en la formación como en el ejercicio de la profesión como comunicadores y comunicadoras sociales comprometidos con la transformación social.


* Clarín, El 13 de septiembre  de 2014: “Una fanática de los boliches, que abandonó la secundaria”.  Fuente: http://www.clarin.com/policiales/fanatica-boliches-abandono-secundaria_0_1211279038.html