*Lic.
Ma. Belén Rosales, Coordinadora del Observatorio de Comunicación y género (FPyCS,
UNLP)
Eduardo
Vázquez, ex baterista de la banda Callejeros, fue condenado a 18 años de
prisión por el homicidio de su ex mujer, Wanda Taddei. Si bien el fiscal Oscar
Ciruzzi y el abogado querellante Leonardo Rombolá habían pedido prisión
perpetua, el tribunal oral número 20 le aplicó la pena atenuada por considerar
que actuó bajo "emoción violenta". Este concepto jurídico se
analoga a “la pasión” que lleva a matar,
así el hecho es más tolerable para la sociedad, es decir, es más tolerable el
discurso que busca esconder esta violencia.
El acto violento “pasional” expresa la presunción de legitimidad de quien lo ejerce. La cultura refuerza esta violencia como algo natural, hay un refuerzo permanente de imágenes, enfoques, explicaciones que legitiman la violencia, estamos ante una violencia ilegal pero legítima, esta es una de las claves del feminicidio.
Desde
que se conoció el ataque a Wanda Taddei, que tuvo especial relevancia no sólo
por la gravedad de su agresión sino porque se trataba de la esposa del ex
baterista del grupo Callejeros, los casos de mujeres muertas de la misma forma
comenzaron a colmar las páginas de los diarios. En lo que va de este año, hubo
11 muertes y otros 26 ataques a mujeres de la misma forma que Wanda Taddei.
En
2011, de acuerdo a la Casa del Encuentro - que utiliza los registros del
Observatorio- las muertes después de una pelea fuerte que incluyó rociar a la
mujer con alcohol y prenderla fuego fueron 29.
En
principio, para comparar el antes y el después, lo único que se sabe es que
tras la muerte de Wanda este tipo de ataques tuvieron otra trascendencia en los
medios y en dos años se publicaron 51 casos.
La metodología del incineramiento para borrar las
huellas del crimen y dejar marcas imborrables en el cuerpo de la mujer hablan
del poder y el dominio masculino sobre las víctimas. En este sentido, Rita Segato
(2003) afirma que “en las marcas inscriptas en estos cuerpos
los perpetradores publican su capacidad de dominio irrestricto y totalitario
sobre la localidad, ante sus pares, ante la población local y ante los agentes
del Estado, que son inermes o cómplices.”
En
la Argentina no existe aún ningún registro sobre la cantidad de mujeres que,
por año, en todo el país mueren víctimas de la violencia de género, y mucho
menos como consecuencia de su peor manifestación: rociadas con alcohol y
prendidas fuego.
Antes
de Wanda, este tipo de hechos representaban cinco o seis noticias en el año,
según un conteo del Observatorio de
Femicidios Adriana Marisel Zambrano, la única ONG que trata de cuantificar la
violencia de género.
Lo
mismo ocurre con las denuncias de violencia de género. Año a año crecen pero
aún se conoce si efectivamente hay más hechos o si hay más mujeres que se
animan a denunciar.
El
caso de Wanda fue un disparador para que otros hombres violentos imitaran el
accionar de Eduardo Vázquez al mantener una pelea con sus parejas, en la idea
del “crimen perfecto” esto es “de quemar para borrar las huellas”. Como Vásquez
estuvo libre al principio, en algunos hombres violentos quedó la sensación de
impunidad.
Los casos de mujeres quemadas e
incineradas, encierran bajo la metáfora de “la persecución de brujas quemadas
en la hoguera” los motivos que llevaron a que esta conducta se convirtiera en
un modo habitual de exterminar a las mujeres. En la
Edad Media eran acusadas de transgredir las
normas religiosas. Hoy los móviles se encuentran siguiendo a Rita Segato en la
infracción femenina a las dos leyes del patriarcado: “la norma del control
o posesión sobre el cuerpo femenino y la norma de la superioridad masculina”. Así se configura el miedo,
la inseguridad psicológica y física, la
imposibilidad del ejercicio de la igualdad y de la libertad.
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