jueves, 27 de octubre de 2011

Si los hombres pudieran embarazarse, el aborto sería un sacramento

Florencia Actis
Observatorio de comunicación y género



No hay duda que los medios de comunicación ajustan sin piedad el corsé de la maternidad al cuerpo de las mujeres. Además de predestinar el dispositivo de la maternidad, refuerzan un modelo específico de ser madres, sin siquiera redimir esta práctica social a la libre experimentación de la mujer.

El mito de la maternidad como función constitutiva, inherente a las mujeres y anexado a su sexo biológico, se despliega socialmente como fenómeno naturalizado organizando su rol social. De esta manera, la capacidad/potencialidad orgánica de gestar se establece como característica fundante de la “femineidad” y con ello, el control sobre nuestros cuerpos, subjetividades, imaginarios, deseos, decisiones y proyectos.

La efectividad de estos sentidos (re)producidos históricamente se pone de manifiesto en la dimensión de las relaciones sociales objetivas, subjetivas e intersubjetivas, al ordenarlas, clasificarlas y jerarquizarlas. Las diferencias entre géneros, que son presentadas desde el lenguaje como ordenamientos necesarios o naturales sin mediación ni especulación cultural, se traducen en desigualdades al momento de desempeñar tareas sociales concretas. Es decir, el lenguaje prescribe las formas en que hombres, mujeres, travestis, transexuales y transgéneros pueden y deben transcurrir el mundo.

El lenguaje que nos parió

             La materia prima de los medios comunicacionales es el lenguaje. Son todos ellos en su conjunto una fuerza social, de alcance masivo en muchos casos, que opera directamente sobre la producción de significaciones extendiendo patrones de conducta que atraviesan a las diversas identidades y construyen   estereotipos que instituyen la realidad binaria “hombre/mujer”, delimitan el margen de lo posible, acotan los horizontes creativos.
           
El lenguaje es sexista en tanto soporte discursivo del inconsciente colectivo hegemónico, el cual distribuye funciones por sexo y disimula sus fines ecónomicos a través de la producción de mitos. El mito de la mujer-madre reserva al colectivo femenino el lugar de lo emotivo y la sensibilidad, el de los cuidados y crianzas; el de la pasividad erótica; el de la debilidad y fragilidad, el de la dependencia y obediencia hacia el mundo masculino y sus decisiones; el lugar de la sexualidad subyugada a la reproducción y negada toda forma de placer.

En este sentido, los medios no son ingenuos al nuclear notas sobre la realidad de las mujeres en segmentos de “Hogar y familia” o “Pareja y sexo”, al tachar moralmente a una mujer a punto de ser madre por besar un hombre que no es su esposo, al fallar contra las mujeres que, “corrompido el instinto materno”, buscan la preñez para recibir la Asignación Universal por hijo/a, al omitir casos de mujeres muertas por abortos clandestinos.


La complicidad institucional

Los medios actúan por insistencia y repetición del mito, en connivencia con otras instituciones del espacio social, deshabilitando definiciones e identidades que se construyen por fuera del mito, amordazando diversidades y construcciones autónomas que no responden a esencialismos ni biologicismos.

Michel Foucault concibe este mecanismo reticular de instituciones, del cual los medios forman parte activa, desde el punto de vista microfísico del poder y operante a través de lo que él llama “dispositivos de disciplinamiento”. En el marco del proyecto político-económico de la modernidad, se crean equivalencias discursivas erigidas como verdades: ser mujer = nacer con vagina, (buenas) madres, “amas de casa”, esposas fieles y dóciles. Del derroche a la economía de los cuerpos, se vuelve fundamental vigorizar ésa energía individual y reconducirla al “progreso” de la estructura colectiva. Ya no es necesario quemar en la hoguera a aquellas mujeres peligrosas por detentar saberes-poderes místicos y vivir su sexualidad inmanente a la rebeldía; ahora se nos adormece otorgándonos un presunto valor social por nuestra capacidad reproductora. La sexualidad femenina es reconocida en la medida que capitalicemos seres humanos/as.

La noción de biopoder, definida como la sumatoria de tecnologías (expansivas y masificantes) que regulan los fenómenos poblacionales de mediados del siglo XVIII en adelante, convierte la sexualidad de la población femenina en objetos de poder y saber de sus políticas. En la actual coyuntura, los agentes biopolíticos de mayor influencia son la publicidad  y la información mediática. A través de su recorte empírico, sus titulares, sus categorías conceptuales, sus imágenes exaltan la procreación, la salud, la belleza y la higiene femenina, bastiones de la biopolítica en pos de reforzar nuestros supuestos atributos naturales (ductilidad, pulcritud, afectividad) al tiempo que justifica el rol de subordinación social respecto de la población masculina. A ésta última se le permite ser torpe, tener pelos, tener panza, tener olor, estar despeinado, tomar alcohol, fumar, insultar mientras se la circunscribe en las prestigiosas secciones de economía, política, deporte y ciencia.

Aseverar “si los hombres pudieran embarazarse, el aborto sería un sacramento” es dejar, por fin, de asociar nuestros cuerpos a determinismos mortíferos. El desafío como comunicadores/as empieza por deconstruir la cosmovisión que bien denuncia Simone de Beauvoir en “El segundo sexo” y presenta a la mujer como “lo inesencial frente a lo esencialidad masculina, a ella como Alteridad frente al Absoluto que es Él”. Sigue por desandar el magma de sentidos anudados al mito de la mujer-madre que nos condena a la repetición y nos impide fluir con autonomía, estimular un “imaginario radical instituyente” para re-crearnos sin la conformidad de una mujer prefabricada, incursionar en nuevos placeres y tomar la palabra para elegir cómo nombrarnos.

"La voz prestada te hace decir lo que quieren l@s otr@s escuchar,
es repetir un discurso ajeno. La voz propia es romper la mudez que tenemos. Somos mudas
aunque estemos hablando. Es tomar la palabra desde el manifiesto -estoy aquí para decir
Basta!-; escuchar tus propios conceptos es adquirir una mirada propia sobre ti misma".

Sonia Sánchez, del libro “Ninguna mujer nace para puta”

Mujeres Creando


1 comentario:

  1. Buenísima la nota Flor...Interesante también el debate del lunes sobre el tratamiento mediatico del aborto.

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