Por María Belén Rosales, Coordinadora del Observatorio de
medios, Laboratorio de Comunicación y Género (Facultad de Periodismo y
Comunicación Social, Universidad Nacional de La Plata)
Morbo, juventudes desbordadas, promiscuidad, drogas,
rebeldía. El caso del feminicidio de Melina Romero estalló en la escena
mediática rutinizando -en las páginas de
la prensa gráfica, las pantallas de los programas televisivos y las
transmisiones radiales- el sexismo
automático, la peligrosidad de la juventud y
la criminalización de clase como los pilares de las matrices ideológicas
que sustentan y permean los argumentos en el abordaje del asesinato de esta
joven desaparecida desde la madrugada del 24 de agosto. Según las crónicas,
tras festejar su cumpleaños en un boliche de San Martín y luego de dos o tres
días de sometimiento sexual, fue asesinada a golpes, su cuerpo envuelto en
bolsas y luego descartado, probablemente en un arroyo.
En un breve repaso de los hechos, desde ese día agentes de
gendarmería iniciaron múltiples rastrillajes para encontrar el cuerpo de Melina
en tanto se sucedían las noticias sobre las declaraciones judiciales de los
jóvenes que la vieron por última vez con vida. El martes 16 de septiembre se
presentó a una joven de 17 años quien aseguró que fue parte de una fiesta
sexual, donde a Melina Romero la mataron a golpes. Según la explicación de la
testigo, a Melina la mataron la mañana del lunes cuando intentó irse de la casa
donde estaba privada de su libertad, tras la negativa de los que allí se
encontraban. En tanto, hoy Elías
Fernández, un joven de 18 años apodado "Narigón", fue detenido como
el quinto sospechoso apresado en el marco de la causa que investiga la
desaparición de la joven.
Mas allá de la cronología del proceso judicial, vale
resaltar que hasta el momento la hipótesis que cristalizan los medios se
orienta a que el feminicidio fue cometido por un grupo de varones tras la negativa
de Melina a tener relaciones sexuales con el conjunto.
En tanto, Melina
como eminente “protagonista” del relato de su propio asesinato y presunta
violación, pareciera cobrar vida en las narrativas mediáticas que dibujan el
perfil social, psicológico, sexual, moral y la trama familiar, de quien es una víctima
doblemente amordazada.
El 13 de septiembre
el diario Clarín publicó un perfil de Melina titulado: “Una fanática de los boliches, que
abandonó la secundaria”. *
Pero hubo más, las líneas siguientes disparaban sin mesura que “La vida de Melina Romero, de 17 años, no
tiene rumbo”. El perfil es delineado con precisión, la narrativa biográfica
arroja que “nunca trabajó”, “más de una vez se peleó en la casa y desapareció
varios días”; “se levantaba todos los días al mediodía”; “iba a la plaza y se
quedaba con amigos hasta la madrugada”; “se hizo cuatro piercings”; “le gustan
las redes sociales, y tiene cinco perfiles de Facebook”; “nunca dice en qué
anda”; “tiene amigos mayores”, entre otros datos retomados de fuentes de
familiares directos.
Ciudadanxs y organizaciones sociales se expresaron y
viralizaron al día siguiente el repudio a este modo de abordaje mediático del
caso a través de las redes sociales y la Legislatura aprobó en sesión una declaración
de preocupación ante el tratamiento “revictimizante”. Según expresa el proyecto
de la diputada Claudia Neira (Frente para la Victoria), “se ha hecho eje en el
perfil de la víctima, vulnerando su derecho a la privacidad, desatendiendo las
recomendaciones establecidas por la Convención sobre los Derechos del Niño. En
vez de condenar enérgicamente un crimen contra una mujer, nos perdemos en un
limbo moral donde se hace foco en la víctima, no nos parece ético conocer los
pormenores de la intimidad de una víctima, que además es menor de edad”,
expresó la legisladora.
Más allá de estos repudios y algunas las denuncias, Melina
vuelve a ser víctima de la trama que sustenta el “se lo buscó” por las dos vías
de infracción a la norma sexual del patriarcado y por el binarismo del cual
casi ninguna otra víctima de violencia de género pareciera poder escapar:
“frígida” o “rapidita”, “santa” o “puta”, “monja” o “fiestera”. Es la
estructura jerárquica de género por al cual el(los) varón(es) debe(n)
reconducirse a la posición de hombre por las buenas o por las malas.
Porque como refiere la antropóloga Rita Segato la violación
es un acto hecho en sociedad, comunicativo, es un acto altamente comprensible y
que está en el imaginario de todos. La masculinidad es un paquete de potencias
(sexual, económica, bélica, política, intelectual, moral), que deben llenarse o
sustituirse unas con otras. Cuando ninguna de estas potencias legales funcionan
se extrae de la función femenina ese tributo (violación) por las buenas o por las
malas que reconoce al hombre por su paquete de potencias. Es necesario
exhibirlas a los otros hombres para poder participar de su estatus, de su grupo
de su cofradia, de su hermandad.
En cualquier sociedad ser hombre significa titularse hombre,
significa el reconocimiento de los otros pares como una “hermandad imaginaria”
cuyos esquemas de percepción y acción, el umbral compartido de valores morales
se asientan en la estructura jerárquica patriarcal y sus pilares: sexismo,
crueldad, conquista y rapiña de territorios (geográficos y cuerpos de mujeres),
acceso falocéntrico para el dominio de las voluntades inferiorizadas. Todos
estos, son elementos que componen el engranaje de la estructura jerárquica simbólica
que disciplina cuerpos, existenciarios y saberes, e impone ese “deber ser”
nomenclado por el patriarcado como conjunto de valores, normas y pràcticas que
orientan los modos de distribución social del poder.
A pesar de las tranformaciones sociales y culturales, de las
luchas històricas de los movimientos sociales por la conquista de derechos, de
las proclamas públicas, y los avances normativos como la Ley 26.845 sobre
Violencia contra las Mujeres donde se instituye a la Violencia Mediática como
una de las modalidades de la misma, el ella “se la buscó”, la intimidad de Melina expuesta con brutalidad
en los escaparates mediáticos aparecen ya no solo como estrategia
deshumanizante de mercado para tener la nota amarillista y la primicia para ser
vendida “como pan caliente”, sino como arma fulminante de estigmatización
disciplinante de ese ser considerado “No ser”.
En la cobertura mediática del feminicidio de Melina el
escarnio sobre la víctima y la moralización, juegan a un juego esquizofrénico
junto a la invisibilizacion porque la mirada lejos de estar dirigida a los
procesos y a las relaciones de dominio, desamparo, vulnerabilidad y exclusión,
que provocan las violencias (patriarcales, feminicidas, simbólicas, económicas,
sexuales, institucionales, etc) las
invisibilizan para dar protagonismo a la los datos y detalles escandalosos que
aseguran la venta en el mercado.
Es desde la simbolicidad de lo cultural, de la comunicación
y la cultura donde es posible activar
nuevos imaginarios del cambio. Lo simbólico-cultural condensa todo lo que
desborda las lógicas de ordenamiento y regulación de lo social: imágenes,
fantasías, discursos, subjetividad, identidad, lenguajes.
El tratamiento
mediático del feminicidio de Melina, como de tantos otros, ha cristalizado la crueldad del exterminio ya
no de la materialidad del cuerpo, sino de la muerte simbólica y moral a la
que someten a la víctima las lógicas de mercado y las ideologías
patriarcales.
Los medios de comunicación, en sus distintos formatos y
dispositivos, actúan en relación con la producción de sentido común para
volverlo mapa hegemónico de la representación del mundo, por tanto, periodistas
y comunicadores, tenemos una
responsabilidad insoslayable e impostergable en la revisión y transformación de
la cultura de la impunidad y complicidad que rodea los crímenes mediatizados y
no mediatizados así como la
desnaturalización de las violencias cotidianas. De allí la importancia de profundizar
en la reflexión crítica en torno a género y la responsabilidad ética de nuestra
labor tanto en la formación como en el ejercicio de la profesión como
comunicadores y comunicadoras sociales comprometidos con la transformación
social.
* Clarín, El 13 de septiembre de 2014: “Una fanática de los boliches, que
abandonó la secundaria”. Fuente: http://www.clarin.com/policiales/fanatica-boliches-abandono-secundaria_0_1211279038.html