(*) Por María Florencia Actis.
En el día de ayer, trascendió a través de los medios y redes sociales la brutal golpiza que una mujer sufrió en la comisaría 4ta. de Virreyes, en San Fernando, cuando fue a denunciar un caso de violencia de género perpetrado por su hermano. El hecho fue registrado con la cámara de un teléfono celular y el video, que evidenciaba la situación en que fue agredida y a sus dos agresores, circuló públicamente.
El hecho devino rápidamente en noticia por el nivel y tipo de violencia ejercida por parte del personal policial, y el impacto visual causado por el soporte técnico. Vale aclarar, que las mujeres denunciantes de violencia de género padecen “normalmente” diversas formas de maltrato y revictimización en las comisarías.
A la circularidad inherente al llamado ciclo de la violencia de género al interior de las relaciones de pareja (“acumulación de tensión”, “explosión violenta”, “distanciamiento” y “reconciliación o luna de miel”), se le suma una dimensión de lo circular que involucra a agentes externos. El personal policial, judicial y hasta médico, lxs vecinxs, amigxs e incluso la familia, suele reproducir sentidos, roles, tratos propios del ciclo de violencia “interno” pero en otras instancias.
Se podría establecer una dialéctica de retroalimentación entre ambos círculos cuyo componente de violencia no se origina en el seno de la pareja, sino que es en la pareja que se configura y consolida un tipo de relación, en sintonía con relaciones de poder constitutivas a una cadena de instituciones y lógicas de funcionamiento social. Cuando el ciclo de violencia de género en el marco de una pareja exaspera y se vuelve inteligible, no encuentra respuesta en su entorno, en instituciones sociales donde todavía perduran concepciones misóginas, resabios del “algo habrán hecho”. En este sentido, la estructura dialéctica y los círculos de violencia, deben frenarse no sólo mediante mecanismos ágiles de atención a las mujeres víctimas, sino también y principalmente, con prevención, transformando discursos y relaciones sociales instituidas, que suelen provocar maltrato físico y “denunciable”.
En el caso de los policías de San Fernando, la violencia y el abuso se manifiesta en su versión más cruda. La institución policial nuevamente protagonizando un hecho ilegal y déspota, que pone en juego no sólo la modalidad de apremio que emplea cotidianamente la policía contra lxs pobres que “habitan” las comisarías, sino la lectura que tiene de las mujeres, y de la violencia que soportan. Resulta fundamental comprender que no se trata del accionar aislado de dos policías, sino de un desconocimiento y una deslegitimación sistemática de la violencia de género como problemática de agenda, por parte de esta institución.
Del mismo modo que lxs médicos en los hospitales públicos se niegan a asistir a una mujer que llega a la guardia con hemorragia luego de practicarse un aborto “clandestinamente”, estos hechos de violencia policial e institucional son en sí mismos, tipificables como violencia de género.
(*) Centro de Comunicación y Género, FPyCS, UNLP.
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