viernes, 10 de mayo de 2013

Violencia invisible: el lugar de la mujer en los medios


El caso de Clarín

*María Florencia Actis

Esta semana tuvo relativo impacto en varios medios el contenido de un programa emitido por la televisión pública danesa, estilo reality show, ideado por el músico de jazz Thomas Blachmanen, en el cual un jurado, conformado por varones, observa y evalúa el cuerpo de las mujeres. Ellas compiten entre sí mostrándose absolutamente desnudas, sometiéndose a la voluntad de “los jueces”, -que generalmente las hacen dar vueltas,  agacharse o mostrar determinada parte- y a su posterior dictamen. La cobertura mediática de Clarín al respecto,  hace mención en su párrafo inicial a las fuertes críticas que ya recibió no sólo en Dinamarca, sino también en el resto de Europa y Estados Unidos por tratarse del programa “más sexista hasta el momento”.

La pregunta es con qué vara se mide el nivel de sexismo en los medios; y desde qué lugar calificado un medio gráfico que reproduce diariamente imágenes de mujeres-objeto, construye este hecho noticiable con tonalidad crítica y escandalizada. El estigma cosificante no viene dado por mostrar más o mostrar menos; sino por el significado social que se adjudica  al cuerpo femenino; y los alcances/consecuencias fácticas de esta representación.

El cuerpo femenino, concebido como un objeto y confinado de la soberanía de las mujeres, se interviene cotidianamente en busca de satisfacción del deseo masculino, procurando reflejar lo que la sociedad, gobernada por una cosmovisión masculina, consigna para ellos: belleza, higiene, salud y esencialmente, pasividad erótica. La dimensión erótica del cuerpo está vinculada a la idea de sensualidad para ser admirada, distinguida, deleitada. La función activa, de admirar y cuestionar o complacerse, está reservada para el varón que se constituye en Sujeto. El marido o cualquier desconocido en la vía pública, se adjudica el derecho “natural” de verbalizar qué tanto le gusta ese cuerpo, o qué partes del mismo habría que tonificar, adelgazar o rellenar; ignorando voluntariamente la percepción subjetiva y relación que esa mujer establece con su propio cuerpo, o cómo pueden repercutir en ella las miradas, comentarios, observaciones,  sátiras y/o piropos. El agrado o no con su cuerpo está enérgicamente condicionado  por el nivel de agrado que el conjunto social le manifiesta –valiéndose de un reticulado discursos sociales- (“El cuerpo de la mujer tiene sed de las palabras de un hombre”, aseguró el conductor del programa en cuestión).

La desigualdad simbólica de género,  la apropiación y control del erotismo de la mujer, se explica a través de estrategias biopolíticas de reproducción social, que generaron formas de apropiación desigual del capital cultural como de acceso a los circuitos de calificación laboral, centros de poder, etc.  Tal y como lo describe Ana María Fernández, “La conyugalidad occidental ha sido la forma secularizada de instituir el control sobre la sexualidad de las mujeres y el derecho exclusivo del marido sobre la sexualidad de la esposa”.

Cuando se habla de violencia mediática en materia de género, no sólo se circunscribe a mecanismos  desmoralizantes fácilmente reconocibles, como el caso del polémico reality; sino también a cualquier operación simbólica que fomente estereotipos, prácticas y parámetros que reifiquen la pasividad femenina por la cual la mujer, de una manera u otra, se aliena de la propiedad y exploración de su cuerpo, registro de sus deseos y búsqueda activa de sus placeres.

Las duras adjudicaciones que lanza el/la periodista de Clarín al reality show (“ La incomodidad es evidente: la mujer queda dura de frente a sus torturadores televisivos y hace lo que le piden que haga”) contrasta con el lenguaje,  imágenes y postura que el medio adopta para personificar a la mujer  ejemplar en su suplemento Entre Mujeres, subdividido en las secciones “Moda”, “Belleza”, “Vida Sana”, “Hogar y Familia”, “Pareja y Sexo”, “Trabajo”.  También incluyen la voz de la productora del reality al defender la idea original del ciclo y su continuidad en el aire, induciendo a la ridiculización del testimonio: “En el fondo revela lo que los hombres piensan del cuerpo de las mujeres, ¿qué hay de malo en eso?”, afirmó Sofia Fromberg, del staff del programa.

 El problema no es el brote de criticidad, sino la falta de criterio a la hora de determinar qué es violencia de género, desconociendo sus mecanismos sublimatorios a los que el mismo medio, Clarín en este caso, contribuye.









Bibliografía consultada:

Fernández, Ana María, “Violencia y Conyugalidad: una relación necesaria. La gestión de las fragilidades y resistencias femeninas  en las relaciones de poder entre los géneros”, Cap. IV del libro, “La mujer y la violencia invisible”, Gilberti Eva y otras.

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