*Por María Belén Rosales, Observatorio de Comunicación y Género (FPyCS)
Desesperación, impotencia, terror. Estos fueron los rasgos
de las expresiones vertidas por Natalia Riquelme frente a las cámaras de
televisión mientras relataba el largo calvario que significó estar sometida
a las permanentes agresiones físicas y psicológicas propiciadas
por su ex pareja Julián Bilbao. “No puedo salir a comprar, no puedo ir a la
plaza con la nena ni tener amigos”, explicaba con lágrimas en los ojos.
Diecisiete veces la mujer radicó la denuncia ante la
justicia en Bahía Blanca. La humillación ante la inacción y la inoperancia de
los funcionarios, agentes policiales y
judiciales ante los pedidos desesperados fue el impulso que la motorizó a
expresarse públicamente, a hablarle ante
la sociedad haciendo visible su caso en la pantalla chica.
En la última visita que Natalia realizó a Bilbao, su hermano se había decidido a filmar la escena,
predispuesto a registrar lo que luego se convirtió en una prueba contundente
ante la cual la opinión pública y los medios de comunicación se movilizaron: el
video muestra a Natalia y a su hija
Milagros, de 5 años, acercándose a la reja de su casa. Del otro lado espera
Bilbao. Natalia y su ex pareja intercambian algunas palabras hasta que el hombre empieza a pegarle a la mujer en la
cabeza . Natalia cae al piso. La nena mira la escena. La filmación se corta
porque quienes buscan agarrar “in fraganti” a Bilbao corren a ayudar a Natalia.
Ayer, apenas se difundió el video por las redes sociales y
los canales de noticias, el intendente Gustavo Bevilacqua, la senadora Diana
Larraburu, dos legisladores y funcionarios del gobierno local la visitaron en
su casa para ofrecerle abogados y psicólogos para tratar el caso. Natalia los
esperó con las copias de las 17 denuncias sobre la mesa. Desde hace más de dos
años, pide ayuda en la Comisaría de la Mujer y en el Tribunal de Familia, pero
nadie la escuchó . En lo que va del año, denunció tres veces a Bilbao. La
última fue hace un mes, también por agresiones.
El mismo día, casi en simultáneo, otra mujer llamada María
Elizabeth Elías (31) enviaba a su familia un mensaje de texto para explicar por
qué no llegaría al almuerzo por su propio cumpleaños: “Mauro me cagó a palos y
estoy internada.”
Tras retenerla en su casa, pegarle y picanearla durante
cuatro horas, Mauro Sawko, el hombre que había sido su novio durante tres años
y de quien se encontraba separada hacía un mes le revisó el teléfono celular.
“La chica no sabe qué vio exactamente su ex novio en el celular, si fue una
foto, un mensaje o algún contacto, pero allí comenzaron los golpes”, explicaron
fuentes judiciales. Sawko no sólo le pegó cachetazos y golpes de puño, la
pateó, la tomó del pelo para arrastrarla por la cocina y la arrojó sobre un
desayunador. Elías contó que también, “ya indefensa y tirada boca arriba en el
piso, su ex novio se puso a saltar arriba de sus pechos y su abdomen. Ahí creen
los médicos que se produjo la hemorragia interna en el bazo”, agregaron los
voceros judiciales.
Tras la golpiza Sawko la había dejado en la puerta del
Sanatorio Profesor Itoiz, en Avellaneda. Antes de irse, le había pedido que por
favor no lo denunciara. La golpiza dejó a Elías con “traumatismos y
escoriaciones en el torso y las extremidades”; apenas ingresada al centro
médico, debió ser operada por las lesiones en el bazo.
Dos casos mediatizados que muestran la cara del dolor, la
extrema vulnerabilidad de las mujeres denunciantes, la deslegitimación de su
palabra por parte de las instituciones y funcionarios que debieran garantizar
su integridad física y su libertad. Una, internada en grave estado, la otra
recluida en su hogar con temor de vida, esperan agónicamente como tantas otras
una respuesta, una medida, un atisbo de voluntad que las ayude a transitar una
vida libre de violencia y de miedo. La justicia ante la urgencia del horror,
camina lento y reacciona sólo cuando ya es demasiado tarde. Justo, en el momento en que los medios
vuelven sobre las crónicas que anuncian que hay “una víctima más” de la
violencia machista.
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