Reseña del trabajo:
¿Qué hacer con los quehaceres? Las razones domésticas
del cambio familiar
Agustina Cepeda y Cecilia Rustoyburu[1]
*Por Juliana Díaz Lozano,
Laboratorio de Género y Comunicación. FPYCS-UNLP
¿De qué forma las transformaciones
sociales generan cambios en el interior de las familias en los sectores
populares? ¿Qué sucede con los roles de varones y mujeres, de distintas edades,
en relación al espacio privado y el espacio público? ¿Cuáles son las
estrategias que ponen en juego los distintos actores para encarar la
supervivencia en el marco de sociedades reestructuradas por el neoliberalismo?
El presente artículo retoma el
debate en relación a la articulación entre procesos macro y micro sociales, y
específicamente, entre cambios económicos y sociales y la capacidad de lxs
sujetos de reescribir sus biografías en función de estos cambios, e incluso,
influir en ellos. Tomamos como base el trabajo citado de Cepeda y Rustoyburu,
que abordó el análisis de los sectores populares en Mar del Plata a partir de
encuestas y entrevistas en profundidad realizadas a varones y mujeres, haciendo
hincapié en las representaciones sobre la familia y el reparto de los
quehaceres domésticos.
En primer lugar, las investigadoras
parten de una estrategia de indagación que plantea la necesidad de recuperar
las experiencias de lxs sujetos, en contra de abordar la búsqueda de un
imaginario social uniforme. Precisamente, este enfoque epistemolólgico, permite
abordar las representaciones divergentes en relación a los géneros y entender a
la familia y la cotidianeidad como un espacio de disputa y conflictos. Se conjuga, entonces, el análisis estructural
de la sociedad con el de las representaciones simbólicas e intersubjetivas de
los sujetos y su accionar en los procesos de cambio social.
Para ampliar las visiones que sólo
conciben el ámbito de la familia como un espacio de reproducción social, las
autoras retoman a Elizabeth Jelin (1998) quien plantea que, junto a la
distribución de roles de género (la división sexual del trabajo), la
realización de actividades domésticas permite también la producción y el
consumo de distintos bienes tanto materiales como simbólicos y afectivos. Este
espacio “privado” puede ser también una arena de disputas genéricas y etarias.
Entonces el enfoque analiza dos dimensiones: la forma en que los cambios
sociales macro modifican la vida de las familias, por una parte, pero también
de qué modo las biografías de los sujetos también pueden en el marco de la
cotidianeidad, modificar costumbres, alterando los modelos impuestos.
Con la caída del “modelo familiar
tradicional” (Scott, 1999), representante de la modernidad, se producen
transformaciones importantes en la vida de las personas, producto de una
sociedad que vio desarticulado el rol protector del Estado y el lugar simbólico
del trabajo como principal dador de identidad masculina. Hay un proceso de
individualización, un deterioro del sentido colectivo, y el mercado es ineficaz
para distribuir los recursos. Esto es resultado, de las políticas neoliberales,
que promovieron la concentración del ingreso en reducido sector de la población
y un deterioro de las condiciones de estabilidad laboral que desplazan cada vez
más personas a la exclusión.
Las familias, en estas nuevas
sociedades en riesgo, tienen que desarrollarse en espacios contradictorios
donde conviven aún valores y mandatos de la era moderna (varón proveedor,
activo- mujer hacendosa, pasiva) y necesidades y prácticas nuevas, como el
trabajo por fuera de la casa para las mujeres y los nuevos nucleamientos
familiares generados en parte como mecanismos de supervivencia a las difíciles
realidades económico-sociales. De todas formas, el hecho de que ciertos
aspectos de la división sexual del trabajo son cuestionados por razones de
subsistencia, no implica, según lo demuestra el análisis de campo, que las
familias trabajadoras no sigan pensando las responsabilidades domésticas en
función del género.
Para este análisis sobre la familia,
sirve la noción de campo de Bourdieu (1997), entendiéndolo como espacio donde
se producen relaciones de poder vinculadas con la composición diferencias del
capital económico, social, cultural y simbólico de cada integrante familiar y
determinan diferentes posiciones, que hablan de la posibilidad de la
reproducción y de los cambios al interior del mismo.
En este marco de paso de la
sociedad de las seguridades a la de los riesgos, los lazos familiares no
desaparecen como forma de organización social: sino que cambian sus formas.
Esto se debe, en parte, a que el espacio de las prácticas cotidianas tiene un
margen de autonomía y creatividad que muchas veces es desvalorizado
socialmente.
Algunas de las conclusiones de la
investigación, tienen que ver con la distribución de las tareas dentro del
hogar, donde aparece cierta diversificación de lxs ejecutantes. Es decir, la
ejecución de las actividades del hogar (cocinar, lavar, planchar, limpiar,
hacer las compras) se hace paulatinamente más equitativa, pero no así su planificación.
Esto implica que la responsabilidad sobre la realización de las tareas sigue
siendo patrimonio exclusivo femenino, y además interviene la dimensión etaria,
ya que la máxima responsable de las tareas es la esposa del jefe de hogar o la
mujer mayor en la casa.
Esto se explica a partir de una
ideología familiarista, donde las mujeres ocupan un espacio marginal en el
mundo público, y en el caso de las mujeres mayores, su relación con lo público
se ve mediatizado generalmente por una figura masculina. Aquí se destaca el
enorme peso de las tradiciones, ya que aún en los casos donde los integrantes
(o al menos algunos) de las familias reconocen lo arbitrario de la división de
tareas, resulta muy difícil alterar en la práctica los roles establecidos. En
algunas familias los nuevos roles femeninos no implican el abandono por parte
de las mujeres de las tareas al interior del hogar. Catalina Wainerman (2002)
hablará de revolución estancada, que plantea que la mayor participación lograda
por las mujeres en lo público, no siempre tiene un correlato en el privado.
Plantean las autoras que en la
actualidad hay una convivencia de modelos, porque si bien el trabajo doméstico
y las tareas reproductivas son necesarias, las formas en que se satisfacen
estas necesidades tienen que ver con las prácticas de lxs propixs sujetos. En
algunos casos, la nueva realidad trae aparejada crisis dentro de las familias,
resistencias protagonizadas por las mujeres, rupturas o quiebres familiares.
En otros casos, aparecen percepciones
alternativas que aceptan más fácilmente el cambio, y familias que reconfiguran
sus dinámicas (y representaciones de los miembros) sin conflictos radicales.
Incluso, pueden ser los varones quienes cuestionen roles y representaciones
genéricas. Por ejemplo, desde la década de los ´60, se puso en debate la idea
de la paternidad responsable, otra de los nuevos significados que ingresan a
cuestionar el rol masculino (y femenino) tradicional.
Resulta valioso pensar la
posibilidad de construir nuevas formas de domesticidad que disputen la
segregación y jerarquización, problematizando los ordenadores sociales que
hasta ahora reglamentaron la vida familiar, pensando entonces, la posibilidad
de familias distintas, diversas, cuestionadoras de las opresiones genéricas.
[1] En Entre santos, cumbias y piquetes. Las culturas populares en
la Argentina reciente. Daniel Míguez y Pablo Semán editores. Editorial
Biblios.
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