martes, 4 de junio de 2013

Cambios y continuidades en los roles de género familiares

Reseña del trabajo:

¿Qué hacer con los quehaceres? Las razones domésticas del cambio familiar
Agustina Cepeda y Cecilia Rustoyburu[1]




*Por Juliana Díaz Lozano, Laboratorio de Género y Comunicación. FPYCS-UNLP

 ¿De qué forma las transformaciones sociales generan cambios en el interior de las familias en los sectores populares? ¿Qué sucede con los roles de varones y mujeres, de distintas edades, en relación al espacio privado y el espacio público? ¿Cuáles son las estrategias que ponen en juego los distintos actores para encarar la supervivencia en el marco de sociedades reestructuradas por el neoliberalismo?

El presente artículo retoma el debate en relación a la articulación entre procesos macro y micro sociales, y específicamente, entre cambios económicos y sociales y la capacidad de lxs sujetos de reescribir sus biografías en función de estos cambios, e incluso, influir en ellos. Tomamos como base el trabajo citado de Cepeda y Rustoyburu, que abordó el análisis de los sectores populares en Mar del Plata a partir de encuestas y entrevistas en profundidad realizadas a varones y mujeres, haciendo hincapié en las representaciones sobre la familia y el reparto de los quehaceres domésticos.

En primer lugar, las investigadoras parten de una estrategia de indagación que plantea la necesidad de recuperar las experiencias de lxs sujetos, en contra de abordar la búsqueda de un imaginario social uniforme. Precisamente, este enfoque epistemolólgico, permite abordar las representaciones divergentes en relación a los géneros y entender a la familia y la cotidianeidad como un espacio de disputa y conflictos.  Se conjuga, entonces, el análisis estructural de la sociedad con el de las representaciones simbólicas e intersubjetivas de los sujetos y su accionar en los procesos de cambio social.

Para ampliar las visiones que sólo conciben el ámbito de la familia como un espacio de reproducción social, las autoras retoman a Elizabeth Jelin (1998) quien plantea que, junto a la distribución de roles de género (la división sexual del trabajo), la realización de actividades domésticas permite también la producción y el consumo de distintos bienes tanto materiales como simbólicos y afectivos. Este espacio “privado” puede ser también una arena de disputas genéricas y etarias. Entonces el enfoque analiza dos dimensiones: la forma en que los cambios sociales macro modifican la vida de las familias, por una parte, pero también de qué modo las biografías de los sujetos también pueden en el marco de la cotidianeidad, modificar costumbres, alterando los modelos impuestos.

Con la caída del “modelo familiar tradicional” (Scott, 1999), representante de la modernidad, se producen transformaciones importantes en la vida de las personas, producto de una sociedad que vio desarticulado el rol protector del Estado y el lugar simbólico del trabajo como principal dador de identidad masculina. Hay un proceso de individualización, un deterioro del sentido colectivo, y el mercado es ineficaz para distribuir los recursos. Esto es resultado, de las políticas neoliberales, que promovieron la concentración del ingreso en reducido sector de la población y un deterioro de las condiciones de estabilidad laboral que desplazan cada vez más personas a la exclusión.

Las familias, en estas nuevas sociedades en riesgo, tienen que desarrollarse en espacios contradictorios donde conviven aún valores y mandatos de la era moderna (varón proveedor, activo- mujer hacendosa, pasiva) y necesidades y prácticas nuevas, como el trabajo por fuera de la casa para las mujeres y los nuevos nucleamientos familiares generados en parte como mecanismos de supervivencia a las difíciles realidades económico-sociales. De todas formas, el hecho de que ciertos aspectos de la división sexual del trabajo son cuestionados por razones de subsistencia, no implica, según lo demuestra el análisis de campo, que las familias trabajadoras no sigan pensando las responsabilidades domésticas en función del género.

Para este análisis sobre la familia, sirve la noción de campo de Bourdieu (1997), entendiéndolo como espacio donde se producen relaciones de poder vinculadas con la composición diferencias del capital económico, social, cultural y simbólico de cada integrante familiar y determinan diferentes posiciones, que hablan de la posibilidad de la reproducción y de los cambios al interior del mismo.

En este marco de paso de la sociedad de las seguridades a la de los riesgos, los lazos familiares no desaparecen como forma de organización social: sino que cambian sus formas. Esto se debe, en parte, a que el espacio de las prácticas cotidianas tiene un margen de autonomía y creatividad que muchas veces es desvalorizado socialmente.

Algunas de las conclusiones de la investigación, tienen que ver con la distribución de las tareas dentro del hogar, donde aparece cierta diversificación de lxs ejecutantes. Es decir, la ejecución de las actividades del hogar (cocinar, lavar, planchar, limpiar, hacer las compras) se hace paulatinamente más equitativa, pero no así su planificación. Esto implica que la responsabilidad sobre la realización de las tareas sigue siendo patrimonio exclusivo femenino, y además interviene la dimensión etaria, ya que la máxima responsable de las tareas es la esposa del jefe de hogar o la mujer mayor en la casa.

Esto se explica a partir de una ideología familiarista, donde las mujeres ocupan un espacio marginal en el mundo público, y en el caso de las mujeres mayores, su relación con lo público se ve mediatizado generalmente por una figura masculina. Aquí se destaca el enorme peso de las tradiciones, ya que aún en los casos donde los integrantes (o al menos algunos) de las familias reconocen lo arbitrario de la división de tareas, resulta muy difícil alterar en la práctica los roles establecidos. En algunas familias los nuevos roles femeninos no implican el abandono por parte de las mujeres de las tareas al interior del hogar. Catalina Wainerman (2002) hablará de revolución estancada, que plantea que la mayor participación lograda por las mujeres en lo público, no siempre tiene un correlato en el privado.

Plantean las autoras que en la actualidad hay una convivencia de modelos, porque si bien el trabajo doméstico y las tareas reproductivas son necesarias, las formas en que se satisfacen estas necesidades tienen que ver con las prácticas de lxs propixs sujetos. En algunos casos, la nueva realidad trae aparejada crisis dentro de las familias, resistencias protagonizadas por las mujeres, rupturas o quiebres familiares.

En otros casos, aparecen percepciones alternativas que aceptan más fácilmente el cambio, y familias que reconfiguran sus dinámicas (y representaciones de los miembros) sin conflictos radicales. Incluso, pueden ser los varones quienes cuestionen roles y representaciones genéricas. Por ejemplo, desde la década de los ´60, se puso en debate la idea de la paternidad responsable, otra de los nuevos significados que ingresan a cuestionar el rol masculino (y femenino) tradicional.

Resulta valioso pensar la posibilidad de construir nuevas formas de domesticidad que disputen la segregación y jerarquización, problematizando los ordenadores sociales que hasta ahora reglamentaron la vida familiar, pensando entonces, la posibilidad de familias distintas, diversas, cuestionadoras de las opresiones genéricas.




[1] En Entre santos, cumbias y piquetes. Las culturas populares en la Argentina reciente. Daniel Míguez y Pablo Semán editores. Editorial Biblios.

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