viernes, 26 de abril de 2013

Ningún ángel: los dichos de Baby Etchecopar


*Actis, María Florencia
El lenguaje constituye un paso obligado a la experiencia. Es performativo y normativo en tanto poseedor de un potencial de determinación -transformación o conservación- de la dimensión material de las relaciones humanas. Comúnmente se presenta como un vehículo que transmite y describe cómo es y está el mundo; sin embargo organiza, jerarquizando, significados y saberes que proponen formas de particulares de transcurrirlo, y no otras. Por ello, la importancia de analizar y desarmar el discurso de los medios masivos; por su alcance social en materia de formación de sujetos y (re)producción de sentidos, mediados por la historia y la cultura.
Esta semana fue resonante, más que en los medios hegemónicos, en las redes sociales, un informe que realizó el Observatorio de la Discriminación en Radio y Televisión -integrado por la Afsca, el Inadi y el Consejo Nacional de las Mujeres- sobre el repudiable discurso de Baby Etchecopar, al aire por Radio 10 pronunciado el pasado 22 de marzo, en su programa "El ángel del mediodía". Si bien el mayor impacto fue causado por "su incitación al femicidio", al afirmar que todas las mujeres que superen los cuarenta años y presenten un relativo deterioro físico, son merecedoras de sufrir martillazos, del mismo modo que matan a las vacas, ("son  bestias, animales", dijo el conductor); también fue de gravedad el resto de sus declaraciones. Alusivas a reforzar patrones estereotipados que tienden a naturalizar la subordinación y discriminación de las mujeres en diferentes ámbitos de la vida social.
“La mujer cuando pasa los cuarenta años, si vos la dejás diez días sin depilar y sin la piedra pómez, te encontrás con una pierna peluda (...) se transforman en un monstruo (...) son un asco”, expresó en oposición al género masculino, quienes de acuerdo a su punto de vista, “envejecen con dignidad”. En este sentido, habilitó el detrimento corporal de los varones, no siendo un problema en este caso el crecimiento de la panza, pelos, arrugas.
Vale aclarar que, si bien, muchas veces, la diferencia anatómica/hormonal entre los géneros es una realidad empírica;  desde la cultura, se activan discursos y artefactos destinados a controlar tanto los comportamientos poblacionales como los cuerpos individualizados, tomándolos como objetos de poder y saber de la llamada “biopolítica[1].  La higiene, la salud y la belleza serán bastiones de la biopolítica, dirigida al conjunto social pero específicamente medicalizando la sexualidad de la población femenina en pos de reforzar sus atributos “naturales” (ductilidad, pulcritud, afectividad), al mismo tiempo que justifican su rol de subordinación social respecto de la población masculina (a quien se le permite ser torpes, tener pelos, tener panza, tener olor, estar despeinado, tomar alcohol, fumar, insultar, etc). De manera complementaria, se consagra el derecho masculino  de juzgar del cuerpo femenino,  y las elecciones/intervenciones que la mujer realiza sobre él. Nuestros cuerpos se conforma en el imaginario, como territorio público, confiscado de la esfera personal, cosificado, encorsetado. El caso de Baby, resulta una expresión más del permiso social de cuestionamiento hacia la soberanía de las mujeres ; al igual que la prohibición de abortar –todavía deuda de la democracia argentina-.
Otro de los testimonios destacados insinuó que estas mujeres “obsoletas” en materia de seducción para con sus maridos, hay que “mandarlas para el interior, a lugares donde hay presidios en el sur, donde no hay ninguna mujer y ahí van a ser la Coca Sarli”, y agregó “hay tipos que comen cualquier cosa (risas)”.
El único medio que cubrió, e incluso de manera crítica, los dichos del periodista -que atenta contra lo estipulado en la ley 26.485, de protección integral de las mujeres, puntualmente al incluir la figura de violencia simbólica- fue Página/12, en coherencia con su línea  editorial, partidaria de la denuncia y análisis de los casos de violencia de género; y de los relatos públicos que giran en torno a ella. 






[1] Foucault, Michael. Genealogía del racismo. Capitulo: Undecima lección del poder de soberanía al poder sobre la vida. Página 174.

jueves, 18 de abril de 2013

En boca de los medios: el caso de Marcela


*María Florencia Actis
Cobertura semanal: La Nación; Clarín.
Una estructura frecuente de los crímenes de género es que, a modo de contienda, el agresor busca desprestigiar el papel de autoridad de un adversario personal específico –y/o político- a través de la violencia perpetrada contra la integridad de la/s mujer/es que tiene bajo su tutela, directa o indirectamente. Se trata de la reivindicación y reafirmación viril propia ante el conjunto social, no menos gobernado por varones que por una mirada masculina. En este sentido, el cuerpo femenino resulta más eficiente como insumo para lograrlo que el cuerpo masculino; se trata de un lenguaje y un código sociocultural (Rita Segato).
Esta semana, una nuevo hecho de violencia machista traducido a noticia en clave de problemas de pareja. Marcela Márquez, de 46 años, fue brutalmente golpeada por Walter Marcelo Ciumina, de 21. La cobertura, escrupulosa, no se aventura en la reconstrucción de una historia, posiblemente marcada por la violencia en otra escala y mecanismos de menor valor mercantil. La Nación es telegráfico: “fue violada, golpeada y permanece internada en estado grave”. Sobre la víctima, no presenta más descripción que su estado de salud. Sobre el victimario; nombre, edad, situación penal y antecedente laboral destacando en el título su condición de ex convicto. Clarín aporta más elementos sobre la identidad de los/as involucrados/as, y datos contextuales del crimen. Además, La Nación asevera (e incluye en su titular) lo que Clarín conjetura mediante el testimonio de fuentes oficiales; “los investigadores ahora deben analizar si la mujer además fue violada, algo que hasta el momento no pudo corroborarse”.
La violación como anexo a un crimen físico “de mayor envergadura”, en este caso una golpiza mortífera. La violencia sexual no es considerada un arma como cualquier otra; nunca adquiere por sí sola rango noticiable, si no  compromete  instituciones sociales por fuera de la familia y se encuadre en  otras causas de  mayor impacto como “trata de persona”, “violaciones seriales”, etc. Las imprecisiones para determinar el “grado de consentimiento” de la mujer,  retardan las investigaciones en este sentido y parecieran conceptualizarlas como de segundo orden. La concepción y el ejercicio de la sexualidad heteronormativa occidental, que propone para las mujeres la pasividad erótica y la dependencia del deseo masculino, permite distintos niveles de tolerancia y relativismos sobre las causas y condenas cuando se trata de violencia sexual, entendida aquí no sólo como acceso genital, sino como “cualquier acción que implique la vulneración en todas sus formas del derecho de la mujer de decidir voluntariamente acerca de su vida sexual o reproductiva a través de amenazas, coerción, uso de la fuerza o intimidación” (ley 26.485).
La falta de seriedad y entidad en cuanto a la violencia sexual por parte de los medios analizados, da la pauta de que es visto, tratado y jerarquizado como un suceso aleatorio, casi por ser el medio de uso y abuso del cuerpo un suceso universal, cotidianizado, existente en todas las sociedades. Ningún vecindario exigiría justicia por una mujer violada en el seno de su matrimonio.
Alejada de una perspectiva de género trasversal que reconozca estrategias de poder en los diferentes planos de la vida pública, el criterio de clasificación, de aplicación mecánica, es el carácter “criminalístico” del hecho y por ello, su ubicación en la sección Seguridad, en el caso de La Nación, y Ciudad, en el de Clarín –aunque la impronta en el vocabulario utilizado, le adjudica el trillado acento policíaco y se destaca el pedido del barrio por “mayor seguridad”.

martes, 16 de abril de 2013

Perpetua para el femicida de Etcheto

 *María Florencia Actis
 
El Tribunal Oral en lo Criminal V de La Plata condenó esta mañana a prisión perpetua al femicida de Érica Etcheto, accediendo al pedido de la fiscal de la causa que promovía la carátula de “homicidio calificado por alevosía y ensañamiento”;considerando que el imputado actuó “sobre seguro y a traición”, e incluyendo la idea de “violencia de género” para nuclear los episodios persecutorios que la mujer sufría esporádicamente.

Érica Etcheto tenía 26 años, vivía en San Miguel del Monte y era madre de un hijo. Cuando fue brutalmente asesinada por su ex pareja y padre de la criatura, residía en su lugar de trabajo, un local de telefonía celular. Fue la mañana del 1ro de septiembre del 2008. De acuerdo a las pericias, el hombre la embistió por la espalda, le dio 35 puñaladas y arrastró el cuerpo hacia un cuarto posterior del comercio con el fin de ocultarlo Antes de perecer, la joven alcanzó a advertir el nombre del autor del hecho a algunas pocas personas, que luego atestiguaron en el juicio. La joven fue derivada de urgencia al hospital zonal; seguidamente al Hospital San Juan de Dios de La Plata, donde falleció días después.

Según relatos de allegados/as a la mujer, desde su separación con Walter César Quagliarello, había sufrido diversas modalidades de control y acoso por parte del hombre, expresión de un sentido de “dominio masculino, legítimo y natural”asumido sobre el cuerpo y la vida de la mujer.

Este no es el primer ejemplo en que una mujer es ultimada en un contexto y un hecho de estas características; surge el paralelismo inmediato con el llamado caso Tablado, ocurrido en 1996 en el partido bonaerense de Tigre en el que la mujer-víctima recibió 116 puñaladas en manos de su ex pareja.

La dimensión sociocultural, necesaria para comprender y explicar los femicidios, complejiza la categoría de emoción violenta, que emplean infaliblemente las defensas de los eventuales femicidas, y responde a la pregunta de qué es lo que empuja a una persona, sin referencias psicóticas, a concretar un crimen de tal envergadura y con tal saña.

Más allá de la sensación de justicia que restituye un fallo que resuelve la pena máxima para un femicida, el desafío en busca de una justicia plena en materia de equidad de géneros es aun mayor. Hace falta un trabajo de sensibilización social y prevención pública de la violencia de género, empezando por reconocer y denunciar aquellas conductas y discursos instalados culturalmente, reservados para el género masculino, que habilitan y toleran ampliamente todo tipo de abusos y mortificaciones contra las mujeres.

miércoles, 10 de abril de 2013

Las Jara fueron condenadas

*María Florencia Actis
 
El caso de las hermanas Jara es la expresión más extrema de la violencia institucional y figura la situación que atraviesan miles de mujeres víctimas de violencia sexual a lo largo y ancho del país. Hoy, fueron condenadas a dos años y media de prisión, por el Tribunal en lo Criminal número 2 de la ciudad bonaerense de Mercedes, luego de sufrir acosos por parte un hombre y permanecer detenidas desde hace dos años en el Penal Unidad Nº8 de los Hornos en La Plata. Por ésto último, las chicas,  de 20 y 21 años, quedarán en libertad.

La gravedad de un fallo de estas características, radica en que sienta un antecedente y normaliza un modo de concebir los hechos de abuso por parte de la justicia y de proceder en consecuencia. La sentencia, encierra mitos y estigmas tendientes a culpabilizar a las mujeres acosadas de “provocar” su propio destino, relativizando la carátula de “legítima defensa” cuando se trata de abusos sexuales, y reproduciendo las posibilidades de que futuras víctimas opten por la mudez y el retraimiento.