*Actis, María Florencia
El lenguaje constituye un paso obligado a la experiencia. Es performativo y normativo en tanto poseedor de un potencial de determinación -transformación o conservación- de la dimensión material de las relaciones humanas. Comúnmente se presenta como un vehículo que transmite y describe cómo es y está el mundo; sin embargo organiza, jerarquizando, significados y saberes que proponen formas de particulares de transcurrirlo, y no otras. Por ello, la importancia de analizar y desarmar el discurso de los medios masivos; por su alcance social en materia de formación de sujetos y (re)producción de sentidos, mediados por la historia y la cultura.
Esta semana fue resonante, más que en los medios hegemónicos, en las redes sociales, un informe que realizó el Observatorio de la Discriminación en Radio y Televisión -integrado por la Afsca, el Inadi y el Consejo Nacional de las Mujeres- sobre el repudiable discurso de Baby Etchecopar, al aire por Radio 10 pronunciado el pasado 22 de marzo, en su programa "El ángel del mediodía". Si bien el mayor impacto fue causado por "su incitación al femicidio", al afirmar que todas las mujeres que superen los cuarenta años y presenten un relativo deterioro físico, son merecedoras de sufrir martillazos, del mismo modo que matan a las vacas, ("son bestias, animales", dijo el conductor); también fue de gravedad el resto de sus declaraciones. Alusivas a reforzar patrones estereotipados que tienden a naturalizar la subordinación y discriminación de las mujeres en diferentes ámbitos de la vida social.
“La mujer cuando pasa los cuarenta años, si vos la dejás diez días sin depilar y sin la piedra pómez, te encontrás con una pierna peluda (...) se transforman en un monstruo (...) son un asco”, expresó en oposición al género masculino, quienes de acuerdo a su punto de vista, “envejecen con dignidad”. En este sentido, habilitó el detrimento corporal de los varones, no siendo un problema en este caso el crecimiento de la panza, pelos, arrugas.
Vale aclarar que, si bien, muchas veces, la diferencia anatómica/hormonal entre los géneros es una realidad empírica; desde la cultura, se activan discursos y artefactos destinados a controlar tanto los comportamientos poblacionales como los cuerpos individualizados, tomándolos como objetos de poder y saber de la llamada “biopolítica”[1]. La higiene, la salud y la belleza serán bastiones de la biopolítica, dirigida al conjunto social pero específicamente medicalizando la sexualidad de la población femenina en pos de reforzar sus atributos “naturales” (ductilidad, pulcritud, afectividad), al mismo tiempo que justifican su rol de subordinación social respecto de la población masculina (a quien se le permite ser torpes, tener pelos, tener panza, tener olor, estar despeinado, tomar alcohol, fumar, insultar, etc). De manera complementaria, se consagra el derecho masculino de juzgar del cuerpo femenino, y las elecciones/intervenciones que la mujer realiza sobre él. Nuestros cuerpos se conforma en el imaginario, como territorio público, confiscado de la esfera personal, cosificado, encorsetado. El caso de Baby, resulta una expresión más del permiso social de cuestionamiento hacia la soberanía de las mujeres ; al igual que la prohibición de abortar –todavía deuda de la democracia argentina-.
Otro de los testimonios destacados insinuó que estas mujeres “obsoletas” en materia de seducción para con sus maridos, hay que “mandarlas para el interior, a lugares donde hay presidios en el sur, donde no hay ninguna mujer y ahí van a ser la Coca Sarli”, y agregó “hay tipos que comen cualquier cosa (risas)”.
El único medio que cubrió, e incluso de manera crítica, los dichos del periodista -que atenta contra lo estipulado en la ley 26.485, de protección integral de las mujeres, puntualmente al incluir la figura de violencia simbólica- fue Página/12, en coherencia con su línea editorial, partidaria de la denuncia y análisis de los casos de violencia de género; y de los relatos públicos que giran en torno a ella.
[1] Foucault, Michael. Genealogía del racismo. Capitulo: Undecima lección del poder de soberanía al poder sobre la vida. Página 174.